lunes, 3 de junio de 2019

La Leyenda del Silbaco o Silbador





Todo comenzó en un alejado pueblo que a ciencia cierta no se sabe donde se encuentra ubicado con exactitud, una pequeña comunidad donde cuentan los campesinos que un muchacho alegre y laborioso, siempre diligente para con los demás, había heredado el oficio de leñador. La leña era transportada a lomo de burro para su venta en los pueblos más próximos a su comunidad; Pedro, que así se llamaba, tenía la costumbre de silbar mientras caminaba o trabajaba, se distraía silbando para olvidarse del tiempo o para acortar la distancia, a veces, mitigaba alguna pena con las melodías que producía a través de su silbido; silbaba sin esperanza en sus tristezas y alegrias, pero siempre silbaba.
Se dice que cierto día conoció a una muchacha de su comunidad, de la cual se enamoró perdidamente, amor que fue correspondido a plenitud por la fémina. Pedro gustaba ofrecerle serenatas con canciones de su propia inspiración, o simplemente, al retornar de su día laboral, la despertaba en las noches con su inconfundible silbido potente e imposible de no reconocer. Tuvieron un hijo y Pedro decidió bautizarlo por cuenta propia, desde ese entonces una maldición se habría cumplido y fue castigado.
Pedro había adelgazado de forma acelerada y notablemente a tal punto que su palidez era notoria, daba la impresión de que hubieran aumentado de tamaño sus ojos, se hubieran caído sus hombros, las manos le llegaban por debajo de las rodillas de forma totalmente desproporcionada. A la hora de comer no se llenaba con nada, dos gallinas cocidas y una gran olla de comida era poco. Se pasaba el tiempo comiendo y masticando todo cuanto encontraba a su paso con una hambre insaciable.
Todo esto sucedió hasta que un día quiso terminar con la vida de su familia y entonces con la ayuda del sacerdote del pueblo fue amarado y quemado. Se dice que el infortunado leñador se transformó en una pequeña y frágil avecilla de color blanco, dio un revoloteo alrededor de la hoguera, levantó vuelo y se perdió en la noche emitiendo un delgado silbido, largo, profundo, penetrante, electrizante.
Desde ese entonces cuentan que imitarle, cuando se escucha un largo silbido, es exponerse a quedar mudo, quedarse tartamudo o exponer la vida por un ataque al corazón. En ocasiones cuando se le escucha silbar muy próximo es quedarse quieto, persignarse o decirle respetuosamente en voz baja: – Pedro, por aquí no anda María.
Este espíritu al ser imitado procede a perseguir de manera agresiva a la persona que lo imita haciendo escuchar cada vez mas cerca su silbido.
La señal mas clara de que el espíritu esta por tu vecindario es un característico ruido de huesos que chocan usos con otros, se cree que los lleva en un saco, colgado en su hombro. Para cuando se empieza a oír el "crac-crac", tal vez es demasiado tarde.

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