jueves, 15 de octubre de 2015

Los Tesoros de Tanga-Tanga


 En el año de 1200 el Soberano del Cuzco, Inca Roca redujo a obediencia a los indios charcas incorporando el extenso territorio de su dominio a la jurisdicción del gobierno central, y que concedió por privilegio especial acordado el momento mismo de la rendición, que fuera un miembro de la real familia quien gobernara el pueblo charca y organizara el distrito en condiciones de superior jerarquía, componiendo su Corte de amautas, ñustas y jampiris presididos por el Gran Sacerdote, a fin de que Choke-chaca fuese siempre una capital importante, a cuyo embellecimiento y riqueza contribuiría los tesoros argentíferos de Porco y los inagotables lavaderos de oro del oriente, más tarde denominados El Dorado Chico y Mandinga.
Y Choke-chaca fue esa ciudad indígena de privilegio para el Inca, ciudad cuyo caserío tendido en las faldas del Churukjella y rodeado de jardines y campos de eterno verdor, concentró en sí todo lo más granado de la aristocracia de Charcas y supo dar frecuentes e indudables muestras de valor, cultura, y lealtad a la causa del poderoso imperio incaico.
Era la agricultura la dedicación constante de la población, todos trabajaban, todos contribuían al bienestar común empujando el arado sin distinción de edad ni sexo y abriendo el surco donde había de levantarse el gallardo maíz de apretadas mazorcas.
Pero cierto día la actividad agrícola fue brusca y dolorosamente interrumpida por las noticias en todo el imperio por las cachas, ágiles y resistentes corredores que hacían el servicio de comunicaciones de la Corte, quienes habían transmitido que hombres blancos y barbudos que despedían rayos y que cabalgaban en bestias feroces aprisionaron al emperador en Cakca-marca, lo que para darle libertad exigían enormes cantidades de plata y oro en rescate.
Veinte días pasaron ya desde que fueran conocidas las noticias de Cakca-marca, y de todos los puntos de la provincia transmitíanse al Gran Cacique gobernador en Choke-chaca los sentimientos pesarosos de los súbditos de Atahuallpa, cuya conducta traidora para con Huáscar, el legítimo soberano del Cuzco, no era bien conocida en las provincias interiores del sur. Junto con los cachas mensajeros empezaron a llegar las contribuciones de metal precioso de todas partes, destinadas al rescate, las que debían acumularse en los sótanos de la residencia imperial para luego ser remitidas hasta más allá del lago grande y presentadas a los extranjeros que hostilizaban al representante de Inti en la tierra. Eran grandes cuevas por muy poco conocidas, donde ya existía oro y plata en gran abundancia, y sólo se esperaban al Cacique de los taraphucus para organizar la expedición que había de marchar veinticinco leguas al norte y traspasar allí el tesoro a otra expedición que, después de recorrida igual distancia, haría idéntico traspaso a una tercera y así sucesivamente hasta llegar a la ciudad donde estaba preso el monarca.
Llamábase Tanga-tanga al Cacique de los taraphucus y era él quien a punto de medianoche de un día caluroso y reseco, presagiador de tempestades, avanzaba con paso cierto y andar seguro hacia el Abra del Sol, guiando una ringlera de hombres cargados de pequeños fardos de metal precioso destinado al rescate del Inca. Una legua escasa faltaría para llegar al abra de donde se dominaba el panorama de Choke-chaca, cuando cruzo en su camino y se detuvo ante el mensajero enviado por el Gran Cacique para comunicarle que volviese para atrás con los tesoros, ya innecesarios, puesto que el Inca había sido muerto por los extranjeros que invadieran el Imperio.
Tanga-tanga escuchó sin interrumpir la relación del mensajero; hosco el semblante y torva la mirada quedó  abstraído largo rato, cual si meditara sobre la orden que acababa de recibir. La columna de cargueros no dio un paso y más parecían todas estatuas de sombra que hombres en trabajo: tenían la vista fija en el suelo y ni respirar se les sentía.
Pasados algunos minutos volvió a los que guiara y alzando al cielo las manos crispadas exclamó con voz que en vano procuraba hacer tranquila:
— El Inca ha sido asesinado; nosotros no podemos vivir cuando él ha muerto. Oídme bien, junto a aquella roca saliente que está al pie del adoratorio, a la altura de media montaña, existe una cueva inmensa, que será mi tumba y la vuestra. Vamos allí.
La caravana sombría siguió el camino de ascensión que emprendió el Cacique. Cuando llegaron al punto señalado empezaba a clarear el alba.
Por orden de Tanga-tanga los indios dejaron en el suelo sus fardos y empezaron un trabajo violento y desesperado por mover una gran piedra empotrada en posición casi vertical. Una hora después la piedra cedió ligeramente y quedó descubierta una sima horrorosa y profunda. Tanga-tanga penetró con paso firme y ordenó a sus hombres seguirle conduciendo sus fardos. Una vez todos adentro mandó:
— Ahora, horadad abajo, donde reposa la piedra, para que vuelva a su antigua posición.
Los indios obedecieron silenciosos, con trabajo mecánico y febril, y la piedra cayó estrepitosamente sobre la boca obscura de la caverna cerrándola para siempre... para siempre.
Pasaron algunos años. La invasión conquistadora había sembrado el terror por dondequiera que pasó, y la población indígena huía a las montañas y se internaba en lo más profundo de los bosques, allí donde creyó que no llegaría el temerario español en busca de nuevos tesoros y nuevas aventuras.
La capital del distrito de los charcas vino a menos, fue abandonada por la mayoría de su escogida población y presentaba aspecto desolado, cuando llegaron "por las alturas del norte" los españoles del grupo de Gonzalo Pizarro y fundaron La Plata sobre las construcciones ruinosas de Choke-chaca.
Años después Diego del Castillejo, hijo de uno de los fundadores de mayor predicamento, era apuesto y galán. Conoció a la nieta de Titu, aquel valiente defensor de Choke-chaca que tanto miedo sembrara en las huestes atacantes de Pizarro, y se enamoró de ella siendo correspondido. Pero como apuesto y presumido, como galán y tornadizo, como joven e inquieto, pronto se sintió hastiado con las caricias de la india y decidió marcharse de La Plata.
Cierta ocasión dijo:
Me envían a Potosí y en breve partiré. Siento dejarte llorosa y afligida, pero el deber lo impone...
No es el deber -replicó ella prestamente- es la ambición. En Potosí han encontrado mucha plata y es el deseo de obtenerla lo que allí te guía; pero si tú quieres y no bastan mis amores, yo te daré cuantas tú quieras... ¡mas no te vayas! ¡No me dejes...!
Es preciso, observó él, que marche a Potosí. Las riquezas no me atraen; pero si tú me las ofreces así, tan generosa-mente, yo te las acepto, porque nunca están demás. Aplazaría el viaje por muchos meses-Mañana tendrás lo que deseas, dijo ella. Y se separaron.
Al anochecer del otro día la pareja subía con lentitud hacia una barriada pendiente, cruzando calles estrechas y pasadizos poco transitados. Llegados los amantes a las postreras huertezuelas de Guaya-paccha y ya en medio de sombras silentes, pidió ella cubrirle los ojos y conducirle así al lugar donde se encaminaban. Aceptó él la condición, y con un pañuelo atado en la cara y tomado del brazo de ella siguió el camino, largo aún y áspero. Subieron, bajaron, torcieron a la derecha, a la izquierda, volvieron a subir, volvieron a bajar y por fin se detuvieron.
Él notó que ella operaba sobre el suelo moviendo pedruscos y rompiendo ramajes, luego fue impulsado a descender una escala resbaladiza, cayó varias veces pero al fin llegó a sitio plano. Entonces, ella hizo luz y fomentó una pequeña hoguera, a cuyo débil resplandor quedó él deslumbrado por el inmenso tesoro que tenía ante sí.
Toma lo que quieras -dijo la joven india mirando con ternura a su amante- ahí tienes oro y plata y piedras preciosas cuantas quieras pero date prisa, porque es preciso volver ya. Por ti está mi vida en peligro, por tu amor. Si supiera alguien que tú estás aquí me darían muerte atroz. Vamos ya, lleva cuanto puedas.
Él, no se hizo repetir la orden y llenó los bolsillos de las calzas, la escarcela, los pliegues del jubón y aún la gorra, con cuantos objetos de oro estaban al alcance de su mano en medio de aquel formidable amontonamiento de riquezas metalíferas.
Volviéndole a cubrir los ojos retornaron a la ciudad en la misma forma y con iguales accidentes que a la subida.
Castillejo no partió a Potosí ni los amores se interrumpieron. Lejos de eso, él se mostró cada día más enamorado y era ella cada día más feliz, sin que eso le impidiese conocer cuánto su amado ansiaba dinero y cuan insensatamente lo derrochaba.
Dos meses pasarían desde la singular y misteriosa visita al tesoro oculto, cuando él, que había meditado un plan traidor, ella pidió una nueva entrega de oro para responder a las exigencias de su vida cortesana y a las obligaciones resultantes de sus costumbres disipadas. Siempre estaba en sus labios la amenaza del viaje a Potosí y siempre estaba en el corazón de ella el temor de perder a su amante.
Ofreció ella cumplir con los deseos de él, y él se preparó a la visita del tesoro llenado con granos de maíz la grande escarcela preparada para el efecto.
La noche señalada partieron ambos y él tuvo el cuidado de marchar observando bien la ruta y marcándola aquí y allí con pretextos que para ella no fueron inadvertidos. Cuando llegaron al campo abierto él empezó a dejar caer disimuladamente los granos de maíz, que otro día le conducirían al tesoro del que podría apoderarse completamente. Ella notó la traición pero permaneció silenciosa. Tenía el corazón oprimido, intensa palidez cubría su bello rostro, descompuesto por la ira y la decepción ya indudable, de los sentimientos del ser amado.
Complaciente él y disimulado dejó que vendaran sus ojos y dirigir hasta el fondo de la caverna guardadora de los tesoros; invitó ella a tomar lo que quisiera, pero él, ya con mayores perspectivas, se limitó a contemplar riquezas que consideraba suyas, poniendo en la escarcela sólo algunos tejos de oro.
De pronto ella, salvando un abismo de silencio que se había abierto entre ambos amantes y como dando escape a un pensamiento doloroso, dijo con voz temblorosa y atormentada:
— Capitán, me has engañado. Tratas de apoderarte del tesoro de Tanga-tanga, cuyo secreto sólo los míos conocen. Mi vida está en tus manos si se descubre que yo por tu amor, he hecho traición a los de mi nación; pero tú no saldrás ya de aquí y tendrás todo el oro que quiere tu ambición. ¡Tú serás el eterno guardián de los tesoros de Tanga-tanga.

Y presta como una vicuña, antes que él volviera de la espantosa confusión que le habían producido las primeras palabras de la engañada, mató la pequeña hoguera con los pies y corrió hacia la salida de la cueva. Él la siguió implorante, pero ella al par que corría ascendiendo por vericueto conocido, lanzaba piedras hacia atrás. Una vez fuera de la sima, colocó afanosamente los pedruscos y ramajes que disimulaban la entrada y se dejó caer sobre el riacho de cauce profundísimo que corta el sendero por la izquierda, para retornar a la ciudad por camino distinto del que había seguido cuando salía tiernamente acompañada por el traidor que meditara su perdición.



Corregidor Don Diablo


Cerca de Potosí existe un pueblo llamado Paucarcollo, célebre por haber sido gobernado durante siete años por su majestad cornuda en persona, allá en los primeros tiempos de la Conquista.

Pues, señor, un día de esos, se presento en el mencionado pueblo un caballero de capa colorada, a tomar posesión del corregimiento, con despacho en forma del mismo Virrey de Lima; visto lo cual se le entregó el mando sobre la marcha.

Nadie sabía quien era ni por donde había venido, aun él protestaba ser de raza española y se daba ese tono y ese aire de importancia que se dan, cuando les sopla el viento de la fortuna los que nada valen y de ella tienen conciencia.

Poco tiempo tardó para que los vecinos empezaran a sospechar que su nuevo corregidor era el mismo Diablo; y sus sospechas crecieron cuando observaron que la daba de beato, aunque sin querer nunca penetraba en la iglesia; pues no oía misa ni en los días de fiesta; aunque el mismo se colocaba en la puerta del templo, los domingos yapuntaba en un libro, ( rojo que había de ser puesto que era del diablo) a todos los vecinos que iban a la misa, a los que después les hacía aplicar cincuenta azotes en la plaza pública, por esta falta y para corregir la indevoción, con él dacía
“ Él, entre tanto, dice Flavio, se paseaba a largos pasos por la plaza frente a la parroquia, mirando al soslayo a la puerta, envuelto en los anchos pliegues de su capa colorada”.
Fiscalizaba hasta la vida privada de todas las personas y era tan excesivamente severo con los pobres indios, que ya los tenia desesperados, jamas aflojaba la capa roja y bajo de ella un gran sable, que es el arma favorita de los diablos, Visitaba a todos los del lugar , menos al cura , pretextando que no era de sus mismas opiniones en política.

Muchas veces se había pensado en hacer una revolución para derrocar a tan odioso corregidor, pero apenas un individuo pensaba en esto cuando ya estaba preso; así es que el corregidor infundió tal miedo en el lugar que ya todos se conformaron a soportar tan endemoniada tiranía.

En tal estado se hallaban los infelices habitantes de Paucarcollo, cuando un día, y como caído del cielo, llegó un santo misionero, al que con la mayor reserva del mundo, algunos vecinos honrados vecinos manifestaron sus sospechas respecto del maldito Corregidor.

“ Hijos míos, les dijo el religioso: puede ser que efectivamente vuestro corregidor actual sea el mismo demonio en figura humana y que Dios haya permitido que él os gobierne, a él entrenados por vuestras culpas. Lo mejor es hacer penitencia para que Dios se digne libraros de él, y gracias a que estamos bajo el gobierno del Rey nuestro señor, que bajo el régimen monárquico, el diablo puede aspirar a ser Corregidor cuando más; pero yo os profetizo que día vendrá que en estos países de América desconozcan la autoridad paternal de los reyes de España y reclamen la república... Entonces, hijos míos, el rabudo no se contentará con un humilde corregimiento y aspirará a puestos mejores en las repúblicas de esta América Española”.

Al día siguiente de esta conversación, el misionero que no sabia que pensar acerca de este misterioso corregidor y de las mil diabluras que a él le habían contado los vecinos más respetables del pueblo, resolvió encaminarse a visitarle y observarle atentamente.

Encontró al señor corregidor que era de elevada estatura y de larga barba, paseándose en su salón, siempre envuelto en su capa roja, se sentó junto a él, después de saludarse ambos muy cortésmente, y como le sintiera cierto olor a azufre, de golpe le leyó un exorcismo cuando él menos lo pensaba. “Hubo un trueno terrible, una llamarada de fuego salió de la tierra y el corregidor, convertido en lo que realmente era se hundió en ella “.


Todavía se ve la piedra partida, por donde, juran todos los habitantes de Paucarcollo, que el diablo se volvió a los infiernos, después de haber estado allí siete años de corregidor.

sábado, 3 de octubre de 2015

El Puente del Diablo




Esta historia se paso de padres a hijos por muchas generaciones. Cuenta mi padre que en su pueblo Potosi-Bolivia hay un antiguo puente este dicen ser mas que un solo puente , ya que relata:" un joven campesino estaba enamorado de una joven indígena muy Bella hija del alcalde del pueblo , ellos se veían a escondidas ya que su padre no aceptaría al chico por ser de familia humilde.
Un día su padre sale por la noche a caminar y los encuentra , el chico y el señor empiezan a pelear y su hija los detiene, entonces su padre concibe una idea, :"si quieres a mi hija pagaras con dinero el amor que tienes , pero este tendrás que tenerlo en una semana", el chico sin pensárselo viaja a la capital y trabaja de cosas que hasta un animal no trabajaría pero lo consigue.
Al quinto día decide volver ya teniendo dinero suficiente para cumplir con el acuerdo del padre de su novia , decide viajar en camión ya que autobuses no llegan al pueblo, este tarda por raros problemas que salen al camino, bueno total que el ultimo día esta a punto de llegar, solo falta que pase un barranco que al otro lado esta el pueblo, pero empieza a llover y llover, el chico desesperado pide ayuda al diablo, quien contesta a su petición y le dice que al cantar por la mañana el gallo su alma le sera suya, el chico desesperado acepta, entonces el diablo se pone a trabajar, picando piedras, haciendo dicho puente, el joven se da cuenta que hizo mal y pide ayuda a Dios.
De repente en la ultima piedra del puente, se posan varios ángeles no permitiendo que termine el puente.
Así en la mañana canta el gallo y el muchacho salva su alma pero desde entonces el puente queda siempre con incompleto en una lado sin una piedra, dirán que se coloca una y ya, pero yo lo intente, pero eso de la noche aparece una neblina y por la mañana se ve en el lugar del puente que la piedra se ¿deshace??? y que a la media noche aparece en medio del puente un hombre que mira el lugar que falta y se posa en ese mismo lugar, desapareciendo por la mañana y volviendo en las noches mas frías que nadie aunque por broma no se podría ya que el "frió" no te dejaría descansar, testigo de lo que paso aquella noche entre un hombre y el diablo...

El Jichi de Iserere




El Beni es paisaje saturado de belleza: de día fascinante y sombrío de noche. Tiene imán para el peregrino que pisa su suelo y hace amistad con su gente. Así es esta tierra, solemne templo vegetal de nuestra geografía.
Sus pueblos diseminados en su extenso territorio, guardan mucho de lo añejo. En estos lugares como en cualquier otro punto de Bolivia, los viejecitos también gustan contar narraciones de maravilla y fábulas que pertenecen a la rica literatura oral de la región. De uno de ellos escuché la leyenda del Jichi de Iserere que hoy te cuento, amigo lector.
Iserere es el nombre de una laguna que se encuentra aproximadamente a dos Kilómetros del pueblo de San Ignacio de Moxos, de aquel departamento. Sus habitantes creen que allí mora un espíritu encantado y protector del lugar a quien le llama el Jichi de Iserere.
Iserere es nombre propio de persona en dialecto ignaciano. Algunos informantes aseverar que es mala pronunciación del español Isidoro o adaptación de este apelativo a la fonética ignaciana.
Jichi en las creencias y supersticiones de habitante del ámbito oriental boliviano es el ser fabuloso protector de una laguna o porción de agua. Es deidad acuática. Mora dentro de las aguas: y antiguamente el pueblo temía acercarse a los lugares en que se decía habitaba un Jichi.
Según creencia generalizada, cuando el Jichi se encoleriza, encrespa sus olas, forma remolinos y despliega poderes sobrenaturales para atraer a las personas y hacerlas desaparecer en el fondo de sus aguas.
Jichi, también es el nombre de un diminuto insecto que se introduce en la piel y causa una sarna pertinaz; pero esto simplemente amanera de información, que ya es tiempo que relatemos la leyenda.
Era un extenso yomomo, lugar húmedo y fangoso donde el transeúnte puede hundirse si camina desprevenido. Los vecinos habían cavado allí un paúro, nombre que se da al pozo de agua o vertiente, en donde se aprovisionaban del líquido para el consumo diario.
Una tarde, una mujer acompañada de su hijo fue al paúro a recoger agua. Llenó su cántaro y luego lo colocó sobre su cabeza y cuando se disponía a regresar su camino, advirtió que su hijo ya no iba a su lado, había desaparecido misteriosamente.
Le buscó por todo lado creyéndose víctima de una jugarreta del pequeño y al no encontrarlo desesperada, comenzó a gritarle por su nombre:


— ¡¡Isereréééé!... ¡¡Isereréééé!!...


En principio no tuvo respuesta; pero luego, escuchó que el niño contestaba aterrado, desde el fondo del yomomo.

— ¡¡Mamaaaaá!!... ¡¡Mamaaaaá!!...

Y mientras la madre más desesperada gritaba, la voz más se alejaba como si la persona fuera sumergiéndose más, hasta que llegó el momento en que se perdió la voz y cundió sólo el silencio.
Un terrible silencio.
De ese modo se formó la laguna, que es "un encanto". Tiene por Jichi al niño que se llamaba Iserere.



La Leyenda del Guajojo


Cuenta la leyenda, que hace algunos siglos en una antigua tribu de la Chiquitanía, existía una hermosa joven: hija del cacique de la tribu y esta muchacha se enamoro de un joven de un estatus menor que de ella, pero el amor pudo más que las clases sociales y ambos se venían a ocultas para demostrarse su amor.

Cierto día, el padre de la joven se entero de la aventura romántica de su hija y decidió ponerle fin, por medio de engaños llevo al novio de su hija a la selva y cuando estuvieron muy adentrados en la selva, el cruel cacique asesino al joven.

La muchacha presintió que algo ocurrió con su amado y corrió hasta la selva tan solo para ver que su amado yacía sin vida en el suelo cerca de su padre: la dolida joven en medio de llantos reclamo a su padre lo acontecido y dijo que se lo diría a todos en la tribu, entonces su padre: que también era un chamán hizo una terrible acción para evitar que su hija lo delatara, por ser descendiente suya, no se atrevía a matarla, entonces por medio de su magia la convirtió en una horrible ave nocturna, pero antes de que la metamorfosis se completara, la muchacha alcanzo a pronunciar el nombre de su amado “Guajojo”.

Desde entonces, durante las noches en la selva se escucha el estremecedor y triste sonido emitido por esta ave maldita, reclamando el asesinato de su amor.

El duende


           

Santa Cruz ha crecido a la sombra de mitos y leyendas que hasta el día de hoy suelen escucharse, sobre todo en el ámbito rural.
Las historias del duende, por ejemplo, han pasado de generación en generación contando las ocurrencias de ese personaje pequeño que se presenta con el aspecto de un niño de cinco o siete años, siempre descalzo, vestido con una camisa larga y con un sombrero grande de paja en la cabeza. Es considerado un espíritu travieso e irritante, que persigue y tira objetos a las personas, echa piedras, tierra o bosta a la comida, juega con los niños cuando están solos y muchas veces se los lleva lejos de sus casas, pero siempre aparecen con monedas, flores, juguetes, cuchillos o dulces que el duende les obsequia.
Germán Coimbra Sainz, en su libro Relatos Mitológicos hace un análisis sobre esta leyenda, donde señala que el duende llegó a Santa Cruz en 1542. “Vino en las naves de Domingo Martínez de Irala, y saltó a la tierra. Desde entonces mora en todos sus confines”, apunta. Explica también que el duende cruceño tiene las mismas características que el europeo y que no ha sufrido mestizaje como en otras regiones de América, donde a veces se lo confunde con seres míticos indígenas, y la única innovación que presenta es su adaptación al medio.
Las historias que se cuentan alrededor de la figura del duende son variadas, así como las recetas para ahuyentarlo cuando está cerca. Se dice, por ejemplo, que es bastante aseado y repugna todo lo que sea asqueroso.

LOS TESOROS DE SACAMBAYA

En agosto de 2017, el veterano cazador de tesoros Shawn Capuchas, Jeremy Whalen y Jack Peters llegaron a Bolivia junto a personal de Disc...