sábado, 3 de octubre de 2015

El Jichi de Iserere




El Beni es paisaje saturado de belleza: de día fascinante y sombrío de noche. Tiene imán para el peregrino que pisa su suelo y hace amistad con su gente. Así es esta tierra, solemne templo vegetal de nuestra geografía.
Sus pueblos diseminados en su extenso territorio, guardan mucho de lo añejo. En estos lugares como en cualquier otro punto de Bolivia, los viejecitos también gustan contar narraciones de maravilla y fábulas que pertenecen a la rica literatura oral de la región. De uno de ellos escuché la leyenda del Jichi de Iserere que hoy te cuento, amigo lector.
Iserere es el nombre de una laguna que se encuentra aproximadamente a dos Kilómetros del pueblo de San Ignacio de Moxos, de aquel departamento. Sus habitantes creen que allí mora un espíritu encantado y protector del lugar a quien le llama el Jichi de Iserere.
Iserere es nombre propio de persona en dialecto ignaciano. Algunos informantes aseverar que es mala pronunciación del español Isidoro o adaptación de este apelativo a la fonética ignaciana.
Jichi en las creencias y supersticiones de habitante del ámbito oriental boliviano es el ser fabuloso protector de una laguna o porción de agua. Es deidad acuática. Mora dentro de las aguas: y antiguamente el pueblo temía acercarse a los lugares en que se decía habitaba un Jichi.
Según creencia generalizada, cuando el Jichi se encoleriza, encrespa sus olas, forma remolinos y despliega poderes sobrenaturales para atraer a las personas y hacerlas desaparecer en el fondo de sus aguas.
Jichi, también es el nombre de un diminuto insecto que se introduce en la piel y causa una sarna pertinaz; pero esto simplemente amanera de información, que ya es tiempo que relatemos la leyenda.
Era un extenso yomomo, lugar húmedo y fangoso donde el transeúnte puede hundirse si camina desprevenido. Los vecinos habían cavado allí un paúro, nombre que se da al pozo de agua o vertiente, en donde se aprovisionaban del líquido para el consumo diario.
Una tarde, una mujer acompañada de su hijo fue al paúro a recoger agua. Llenó su cántaro y luego lo colocó sobre su cabeza y cuando se disponía a regresar su camino, advirtió que su hijo ya no iba a su lado, había desaparecido misteriosamente.
Le buscó por todo lado creyéndose víctima de una jugarreta del pequeño y al no encontrarlo desesperada, comenzó a gritarle por su nombre:


— ¡¡Isereréééé!... ¡¡Isereréééé!!...


En principio no tuvo respuesta; pero luego, escuchó que el niño contestaba aterrado, desde el fondo del yomomo.

— ¡¡Mamaaaaá!!... ¡¡Mamaaaaá!!...

Y mientras la madre más desesperada gritaba, la voz más se alejaba como si la persona fuera sumergiéndose más, hasta que llegó el momento en que se perdió la voz y cundió sólo el silencio.
Un terrible silencio.
De ese modo se formó la laguna, que es "un encanto". Tiene por Jichi al niño que se llamaba Iserere.



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