domingo, 27 de septiembre de 2015

Imaybe








IMAYBE


Rene Aguilera Fierro

Desde los albores de la conquista, el indígena fue considerado poco menos que un animal de carga; los españoles solo veían en ellos a los poseedores del codiciado oro o del secreto del dorado, aprovechaban de su fuerza de trabajo y les privaban de su libertad.

El Virrey del Perú don Francisco de Toledo, en 1574 dirigió la guerra contra los chiriguanos, a pesar de las matanzas, fracasó en su intento de reducirlos. Diez años después, la audiencia de Charcas resolvió declarar nuevamente guerra a los chiriguanos. La declaración expresaba: "Tenerles por cautivos y esclavos; mujeres y descendientes deberían quedar como Yanaconas, además dicha resolución, mandaba que se publique y se pregone a fuego y sangre para que los indígenas sean castigados y a los demás sirva de ejemplo.

Sin embargo, los nativos solo defendían su territorio, los españoles ingresaban a destruirles sus rancheríos, cementeras y aprovisionamientos, los indígenas capturados eran conducidos como esclavos.

En el corazón del Gran Chaco, en la aldea del cacique Chimeo vivía una pareja de chiriguanos, se amaban y eran felices; Iñiguazu, joven guerrero desde muy joven se había destacado por su valentía e inteligencia en la defensa de su tribu, así como de las incursiones que efectuaban a otros pueblos; astuto en las operaciones que preparaba contra los blancos. Junto al cacique Chimeo participó en varias ocasiones en treguas y conversaciones de paz, convenios en los que casi siempre fueron engañados; no obstante siempre respetaron la vida de sus adversarios. El joven Iñiguazu era un verdadero guía espiritual, su trabajo los compartía con Imaybé, su bella y joven esposa, era respetada por su laboriosidad e ingenio. Habían esperado con ansiedad la llegada de su primer hijo y el día estaba próximo; la dicha de Imaybé era incomparable felicidad que era compartida por la tribu. Cierto día la comunidad de Iñiguazu festejaba un acontecimiento, de pronto fueron sorprendidos por los soldados españoles que disparaban sus armas a diestra y siniestra, mataban a mujeres, ancianos y niños, incendiaban cosechas y derribaban chozas.

Pasada la sorpresa, Iñiguazu instruyó a Imaybé que huyera a la selva como medida de seguridad, además la vida de ella como del hijo que esperaba estaban en peligro. En el ínterin, ellos se reorganizarían para la defensa. Pero todo fue en vano, en la sangrienta masacre cayeron muchos indígenas, entre ellos Iñiguazu y el cacique Chimoa.

El Caray u hombre blanco, intrépido, arrogante e inescrupuloso, no contento con la masacre salió en persecución de los dispersos chiriguanos, no para capturarlos, sino para exterminarlos. Estaban próximos a Imaybé pero la condición adversa de la selva les dificultaba caminar y avanzar como deseaban, del mismo modo, la constitución de Imaybé tenía un límite y su estado de gestación no lo soportó; Imaybé dio a luz en un recodo de la maleza. Los pasos y voces enemigas cada vez más cerca, intimaban a la indefensa princesa, que en un estado de impotencia, invocó a Tumpa, el Dios de la selva para que la proteja de la carnicería humana de la que eran presa sus hermanos de sangre.

Tumpa, que tantas veces había castigado al usurpador, atendió la invocación de Imaybé y casi cuando estaban sobre ella, la convirtió en una planta de Toborochi, árbol pulposo y de hermosas flores, y a pesar de conservar Imaybé su forma, en posición inerme después del parto, el invasor no pudo percatarse de su presencia. Tumpa, prometió que un día devolvería su forma animada a Imaybé y a su niño recién nacido, cuando hayan terminado las injusticias, los odios y las guerras.


Esta tradición se ha conservado en labios de los indígenas de generación en generación, aseverando, que Tumpa, el dios de la selva, viendo a Imaybé expuesta a la atrocidad del invasor en el sublime alumbramiento, y como el tiempo era escaso y la presencia de los captores era inminente, de ahí que Imaybé con el niño aún entre los muslos fue convertida en la raíz del árbol de Toborochi o Yuchán.

Con el correr del tiempo, se había perdido el lugar exacto de estos acontecimientos, pero el progreso paulatino de esta parte de América, hizo que se Construyera la carretera al Gran Chaco por la zona de Tapecua, indudablemente, nadie pudo suponer que a sus orillas se encontraría a Imaybé.


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